A pesar de las sombrías profecías de los Neomalthusianos, la agricultura había crecido adecuadamente junto con la población mundial. Aunque los cultivos intensivos habían obligado a que el noventa y cinco por ciento, la población viviera permanentemente encerrada en vastas zonas urbanas. El área de las ciudades había sido limitada al fin, pues la agricultura había reclamado las superficies suburbunas de todo el mundo, y el exceso de habitantes había sido confinado en los ghettos urbanos. El campo como tal ya no existía. Los prados y praderas del mundo eran ahora terrenos industriales tan mecanizados y cerrados al público como cualquier área de fábricas. Las rivalidades económicas e ideológicas se habían desvanecido ante el problema fundamental: la colonización interna de la ciudad…
miércoles, 13 de febrero de 2019
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James G. Ballard
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