«Quien no haya sido, desde los nueve a los catorce años, atraído y llevado de un lugar a otro, de unas a otras manos, como un objeto, no podrá entender mi desamor y rebeldía de aquel tiempo» dice una Matia adulta, recordando a la Matia de entonces, una niña de rodillas peladas, llena de rabia, desterrada por el abandono paterno en una isla cuyo nombre jamás se pronuncia.
En aquel largo verano del treinta y seis, y bajo la mirada vigilante de su abuela, ella y su primo Borja, un muchacho de quince años taimado y carismático, desgranan una rutina estival hecha de perezosas lecciones de latín, cigarrillos fumados a escondidas y escapadas en barca a las calas recónditas de la isla. Sus pequeños secretos y maldades, el atisbo de la complejidad del mundo de los mayores tienen en Manuel, el hijo mayor de una familia marginada por todos hacia el que Matia siente un apego que no consigue definir, una caja de resonancia que hace pedazos la frágil alianza de conveniencia de los dos primos.
Con primera memoria da comienzo la trilogía Los mercaderes, concebida hace ya años en tres volúmenes. El segundo se titula, según un verso de Salvatore Qasimodo, Los soldados lloran de noche, y el tercero, La trampa.